martes, 29 de junio de 2010

Ese Granhampa


Pronto comienza julio. Un mes extraordinario para muchos y muy estresante para otros. Mes dividido entre finales y vacaciones. Entre sonrisas y llantos. Entre presiones y libertad. Comienza julio y éste se trae un sin fin de viejos chistes nacionales, de viejas leyendas urbanas acrecentadas por la euforia juvenil. Euforia originada por esas sectas de farsantes estafadores y por comentarios exagerados de gente que no quiso quedarse atrás. Euforia originada por sectas que tienen a un hombre en común, que no es ni más ni menos que el famoso Omsirut Litnaidutse. Aaaayy…Omsirut…Omsirut…¿qué puedo decir de él? La verdad que no mucho. Él es sólo un “granhampa” escondido en las sombras que genera miles y miles de ingresos con todos sus secuaces alrededor de todo el país. El señor O. es capaz de dirigir a millones de jóvenes y conducirlos lejos de sus hogares para que, durante unos días, ellos vivan esta leyenda urbana utópica difícil de dejar atrás. Una experiencia de vida real bastante irreal en la que, jugando con los sueños, se lleva a un máximo de hipnotización del cual es complicado salir. Y luego de esa experiencia, ahí están los más chicos preguntando: ¿Cómo es? ¿Qué es? ¿Qué se siente? Y al escuchar todas las críticas de tus pares no podés ser menos y tenés que segur la corriente y exagerarle los hechos a esas futuras victimas que dentro de unos meses comenzarán la travesía. Lamentablemente es así. Hay que seguir la corriente para automentirse y autoconformarse con el hecho de que a uno lo cagaron. De que fue ilusionado por una parva de estafadores y viejas victimas que en su tiempo también se automintieron para pasar por alto la estafa. Y luego que cae la ficha, cuando se sale de esa hipnotización, comienza la división de grupos dentro de esos millones de jóvenes preparados para afrontar la realidad nuevamente. Ahí comienza la división. Algunos pasan a ser victimas enfadadas que luchan apoyandose en un discurso resentido contra esas sectas. Otros que reconocen la estafa y el engaño, pero la verdad que se animan y van orgullosos del “me equivoqué y pagué, pero igual la pase joya”. Y otros pocos que frente a ese acto de falsedad deciden sumarse para ser parte de la nueva camada de secuaces de Omsirut Litnaidutse. Yo tengo dos amigos que eligieron ese camino y conozco otros que en algún momento lo siguieron. En mi caso soy de los que va orgulloso con el “me equivoqué y pagué, pero igual la pase joya”, ya que posta la pase bien. Y aunque se me hayan roto varias de las expectativas e ilusiones que tenía para con esa travesía, supe aprovecharla y la disfruté. Lo importante es saber que te están cagando. Afrontarlo y a partir de ahí encontrar la manera de pasarla genial. No importa si es “un rock viajero” o “un gran sueño” o “un viaje de nieve”, todos te cagan. Pero bueno, hay que buscar la forma de no sufrir por la estafa y pasarla bien. Y volver…y exagerar…y venderle la estafa a otra futura victima. Claro, porque al seguir contando esa utópica leyenda urbana de extrema felicidad, nosotros terminamos siento todos cómplices. Todos secuaces ad honorem de Omsirut Litnaidutse.
gmg
P.D: para mayor comprensión, leer al revés el nombre de este “granhampa”.

martes, 22 de junio de 2010

My little wild one


¿El tiempo? ¿Fue el tiempo el que nos separó? ¿Fue ese tirano que trota y trota sin dar aviso? ¿Ese huésped que camina en cámara lenta cuando más ansioso estás y que corre desenfrenado cuando estás al borde del colapso? No sé, la verdad no sé si puedo simplemente culparlo a él. Lo que sé, lo único que sé…es que te extraño. Extraño tus idas y vueltas, tu inseguridad. Extraño tus ojos ciegos que hacían preocupar hasta al más valiente. Extraño tomarte de las manos para que me lleves a esos lugares que sólo vos haces únicos. Dios, como extraño esos paseos. Extraño nuestras charlas, tal vez simples monólogos míos en los que acostumbrabas mirar al vacío, sin ninguna respuesta que dar. Extraño ese sonido raro que tenés como tic. Ese sonido que sólo vos haces y que en ninguna otra volví a escuchar. Ay, si supieras lo que te extraño. Extraño tus silencios, tus olores, tu informal elegancia, todo. Extraño tus quiebres, tus parates. Uf…tus quiebres. Como me hacías putear. Como me hacías putearte. Me desesperabas. Eras capas de hacerme cruzar del amor al odio en un segundo. Peor aún así, extraño esos momentos. Es que sí, que querés que te diga, eran ellos los que nos hacían sentir vivos. Y son esos momentos los que me hacen maldecir al tiempo. Son esos momentos los que me hacen maldecirme. Sí, porque soy yo. Yo soy el culpable. Mis deseos, mis aspiraciones, mi utopía de futuro, eso es lo que nos separó y lo que te terminó convirtiendo en lo que ahora sos. Yo te encasillé al rol de “amante” en mi rutina. A ser sólo un escape de placer dentro de una realidad que muchas veces me supera. Y así y todo, vos me esperás y me esperás. My little wild one, vos me esperás. Yo te cambio por responsabilidades, por amigos, por peleas, por escándalos…y vos me esperás. A mi, que malgasto minutos y minutos en trenes, subtes, colectivos y otros transportes que me privan de tu ser. Yo te uso y vos me esperás. Y mientras yo trato de rodearme de seres que me hacen bien, vos te estancás con seres asquerosos sólo por esperarme. ¡Perdón y gracias! Perdón por condenarte a esta vida. Y gracias por quedarte, por darme esa tranquilidad de saber que siempre estás ahí. A veces tengo que remarte, se hace difícil volver a agarrarte el ritmo, pero se puede y eso es lo mejor. Sólo gracias y perdón. Y te prometo que muy pronto volveré a tus brazos. Muy pronto volveré a montarte amada bicicleta.
gmg
P.D: “Little wild one” es una canción de The Wonders que habla de una amante. Acá les dejo un link de la letra con una traducción horrible, pero es la única que encontré:

jueves, 17 de junio de 2010

El que odia lo que ama


Muchos pueden decir “es sólo un partido”. Y sí, es sólo un partido. Pero…¿nos pueden culpar a los que nos conformamos con poco? Sí, es sólo un partido el que hizo que tenga una sonrisa de oreja a oreja durante todo el día y que la siga teniendo. Es sólo un partido el que hizo posible que a las diez y media de la mañana haya varios asientos libres en el tren Sarmiento hasta la estación Padua. Es sólo un partido el capaz de opacar las malas vibras de ese maldito profesor que te puso una entrega de trabajos justo el día de hoy. Es sólo un partido el que por un momento te hace olvidar tu carácter de desocupado u ocupado en malos términos. Sólo un partido. Y yo te estoy hablando desde una postura de alguien casi neutral. De alguien que le gusta el fútbol, pero que no vive enfermo por él, tal vez por no haber tenido un gran acceso a los partidos cuando era chiquito (nunca tuve cable) y que, salvo por “Fútbol de Primera”, tenía que recurrir a programas futbolísticos pelotudos como alguno de Fantino. Y si yo estoy así, no me quiero imaginar como estarán esos verdaderos locos del fútbol. Esos que se jactan de amar al deporte más que a sus viejas. Aunque pensándolo bien, no creo que estén tan contentos. No. Cómo van a estar tan emocionados esos engreídos que se calientan y que, contrariamente, no disfrutan de toda la “fanfarria del mundial”, de todo lo que implica este campeonato. Porque sí, lo sienten, pero creo que el mundial lo disfruta más alguien “común” que alguien “enfermo del fútbol”. Alguien que no se concentra en criticar a los jugadores y decir “ahí le tendría que haber pegado como en el sexto partido que jugó en la Eurocopa en el minuto 53’”, sino alguien que disfruta de la fiesta, de las estúpidas notas de color que hacen los periodistas enviados a Sudáfrica que no tienen otra cosa que hacer más que pelotudear. Alguien que está mirando un partido y dice “mirá como la mueve ese chiquito de Ghana” y no ese otro, enfermo del fútbol, que lo mira mal y le contesta “¿Qué hablas? Qué la va a mover, si ese Anthony Annan se manda cada cagada en el Rosenborg. Ni sé cómo llegó al mundial”. No, lamentablemente ese que contesta así no lo disfruta tanto. Si hasta uno se queda pensando “bueno loco, paraaa. Si ahora está jugando bien, dejalo vivir”. Sí, definitivamente pienso que un no tan enfermo del fútbol (llamémosle “futbolero”) disfruta más de la época mundialista que ese adicto al balompié (llamémosle “futboloso”). Claro, porque el futboloso es como ese bailarín profesional de cumbia y cuarteto que va a bailar a un boliche y le molesta ver cómo los demás hacen cualquier cosa con sus pies y la pasan bien, e incluso la rompen. ¡Flaco, ¿Qué te jode?! Viniste a un boliche no a una competencia nacional de baile o a un ensayo de “Bailando por un sueño”. Fijate dónde estás parado antes de criticar. Y el futboloso es así. Hasta se pone celoso de que a vos se te genere la misma alegría que a él. Él piensa que tiene más derecho. El futboloso es aquel que, por ejemplo, estuvo puteando todo el entretiempo de Argentina – Corea del Sur a Demichelis, a la vieja y a Evangelina Anderson por ese error de último minuto que causo el gol de Corea. Es aquel que cuando terminó el partido, en vez de estar feliz por el triunfo de Argentina, salió a la calle a gritar “Muerte a Demichelis”. En cambio el futbolero se puso mal, se le apagó un poco la sonrisa cuando el defensor argentino se durmió y lo hicieron cartera en esa última jugada. Pero siguió feliz, sabiendo que fue un error y que seguro no se va a volver a cometer. El futbolero está feliz. Está contento esperando que llegue el martes para alentar a su selección nuevamente. Yo me siento un futbolero y sé que por eso muchos futbolosos me tratan de ignorante. Pero no me importa. Yo estoy feliz…y doblemente orgulloso. Porque ganó Argentina y porque gracias a su gran actuación, hoy el goleador del mundial es “El Pipita”.
gmg

lunes, 14 de junio de 2010

Enemiga urbana

Situación.
Te levantaste al cien por ciento antes de que suene el despertador. Te levantaste muy temprano, pero con una tranquilidad, como si fuera ese domingo de lluvia, libre de preocupaciones y estrés. Te diste una ducha perfecta y saliste del baño con una “sonrisa colgate” tarareando esa canción que te recuerda a la época más feliz de tu vida. Vas a la cocina y recordás que por alguna razón tenés dos porciones de torta de cumpleaños de la fiesta a la que ayer concurriste. Te cambias y, después de ese desayuno de campeón, salís al mundo, representado por un cielo resentido por la lluvia de ayer que a cada minuto mejora. Caminás, dando pequeños saltos, y hasta se te da por rememorar tu infancia, intercalando pisadas entre las baldosas de la vereda húmeda. Llegás a tu transporte público que, por vaya a saber uno que milagro, está funcionando excelente.
En medio del viaje, un niñito comienza a llorar desenfrenadamente, mientras su madre lo mira mal y empieza a retarlo sin razón, lo que hace que el niño llore con más fuerza. Al instante, y casi naturalmente, instintivamente, sacás un caramelo masticable de tu bolsillo, mochila, morral, cartera o cualquier otro objeto que uses para guardar tus cosas. Normalmente, en estos casos, solés mirar para arriba y putear en silencio, o sos la desubicada/o que grita “calle al pendejo/a señora”. Pero hoy no. Hoy se te dio por sacar un caramelo. Acercás tu mano hacia el nene y le das esa golosina que para él es el tesoro más preciado. Al principio, te mira con desconfianza, pero, después, lo agarra y te pone una cara de felicidad y de afecto, como la cara de un enamorado a primera vista. Lanza una mirada desafiante a su madre y, luego, continúa admirándote el resto del viaje. Callaste al nene: sos la/el superhéroe del vagón.
Llegás a tu lugar de trabajo o a tu lugar de estudio y tenés un día tranquilo y despejado de toda irritación. Es más, tu jefe te llama a su oficina para hablarte de tu desempeño y de un futuro aumento de sueldo. O en el otro caso, el profesor de esa materia difícil, pero clave en tu carrera, te entrega la nota de ese parcial en el que creías que te había ido pésimo y te sorprendés ante un gran ocho que te hace promocionar la materia o ir a coloquio (depende la universidad).
Salís increíblemente orgullosa/o de vos mismo, con el autoestima por las nubes, capaz de hacer todo posible.
Comienza tu viaje de vuelta y es perfecto: el servicio funciona a tiempo y hasta viajaste sentado/a. Estás medio refriado/a, pero eso es recontra positivo, ya que no podés sentir tanto los olores corporales de la gente que vuelve de un largo día. Así que todo bien.
Llegaste a destino. A esa ciudad que te ve levantarte cada mañana y con lo único que la podés recompensar es con una sonrisa. Y le sonreís. “Gracias por este hermoso día”. Comenzás a caminar por la calle y sólo…¡LA CONCHA DE LA LORA! ¡Pero la puta que lo re mil parió! “¿Puede ser? Una vez. Una vez terminar un día bien. Una sola vez”. Era todo perfecto hasta que pisaste una baldosa floja llena de agua estancada que, ahora, está en toda tu ropa. Es increíble. Es increíble que una cosa material tan insignificante pueda cagarnos la ilusión de un día perfecto. Es increíble, pero lo hace. Y a ella le encanta hacerlo. Le encanta. Y es por eso que ahí está. Sigue ahí. Tu ilusión, mi ilusión, tu felicidad, mi felicidad, nuestra felicidad se va con una simple pisada en una maldita baldosa floja. Qué fácil se va lo bueno, ¿no? Y si…muy fácil. Pero insisto, a ella no le importa cagarte el día, ella está floja para eso. Y pasaremos nosotros y pasaran miles y miles de días y ella seguirá ahí. Esperando. Inestable, pero cómoda. Esperando su próxima victima.
gmg

jueves, 10 de junio de 2010

Tiempos modernos: entre ropa y responsabilidades


Aclaro que voy a generalizar. Voy a hacerlo porque lo que veo en mi lo veo, también, en muchos otros hombres de mi generación y de otras. Creo que es un punto interesante para ser analizado por un sociólogo y/o psicólogo que dedica su tiempo a tratar de entender al hombre moderno, al ser masculino contemporáneo. Para exponer este punto voy a pasar a explicar lo sucedido el día de ayer:
Lejos, en mis sueños, escuché una voz conocida que, bardeándome y con algún que otro golpe bajo, insistía en pedir que me levante. Era mi mamá, que ya había logrado, por lo menos, hacerme una idea de dónde estaba situado y en qué momento, más allá de tener los ojos cerrados. Yo estaba en mi habitación, refunfuñando en la cama, moviendo mis pies entre la frazada y las sabanas descolocadas del lugar donde estaban cuando me acosté. Y si...todavía no llegó el día en que despierto en una playa griega con Scarlett Johanson entre mis brazos, pero bueno. El hecho es que en medio de esas indirectas directamente directas de mi madre, surgió un consejo originado por el hartazgo de mis quejas en días anteriores: “Con tu hermana vamos a ir a Nine hoy a la tarde. ¿Por qué no te levantás a hacer las cosas que tenés que hacer, así después venís con nosotras a mirar algunas cosas y te dejás de joder con que no tenés ropa?”. Buen consejo. Acto seguido, me levanté y así comenzó el día (a las 12:40 hs).
Eran casi las 18 hs, yo seguía haciendo cosas y las dos mujeres antes nombradas insistían en que me apurara, así nos íbamos. Accedí, sabiendo que, a los cinco minutos, yo iba a estar preparado, esperándolas a ellas. Así fue.
Llegamos a Nine (conocido shopping de Moreno) y comenzamos a recorrer. Como mi economía y mi vida aún son dependientes, necesitaba recibir el aval de madre para efectuar alguna compra. Yo quería una campera, pero ella insistía en que necesitaba unas zapatillas “formales”, necesarias para cualquier acto que lo requiera. En verdad, yo quería ambas cosas. Arrancamos viendo zapatillas, local por local, pero, a la vez, intercambiando miradas con alguna que otra campera. Y después de ver muchas y probarme algunas, terminé decidiéndome por una, que fue comprada. Me salí con la mía. La idea era comprar zapatillas, pero prevaleció, hasta el hartazgo, la idea de comprar una campera. Con todo esto se fue una hora, lo que me pareció muy extraño, ya que antes era ir, echar un primer vistazo y listo. ¿Qué pasaba ahora? Y para sumar a mi pregunta, ¿por qué mi hermana, que fue con intención de comprarse un sweater, entro a un local, hecho el vistazo y luego compró? ¿Por qué ella estaba actuando de la forma que yo actuaba antes? Y, ¿ por qué yo estaba actuando como ella actuaba antes? Sin detenerme a analizar mucho, seguimos ida y vuelta por los locales, donde encontraba zapatillas que me gustaban pero que no me convencían del todo. Quizás me gustaban mucho, pero no me animaba a decir: “Si, quiero éstas”. Hasta que vi unas que sí me gustaron mucho. Entré contento al local, ya que por fin había encontrado unas que, por lo menos, pasaban la barrera de la vidriera y llegarían a la etapa del probado. Apenas entré, vino el vendedor (cual depredador) a ver si andábamos necesitando algo.
- Hola, sí. Quería ver unas zapatillas negras que están en vidriera – le decía al vendedor, mientras nos acercábamos a la vidriera – Éstas.
- Ah, mira, no tengo de esas en tu talle. Son zapatillas de mujer, tengo hasta el 39.
¿Qué? ¿Las zapatillas que estaban por cruzar la barrera eran zapatillas de mina? Noooo! Salgo decepcionado del local y por más de media hora seguí analizando las demás opciones que tenía. Pero no me podía decidir por nada. La duda me había comido la cabeza. ¿Qué me estaba pasando? ¿Será que entramos en un proceso en el que los hombres se están mujerizando y las minas se están hombrerizando? Dios, ¿qué nos pasa? De un día para el otro: hombres con arito, con uñas pintadas, que tardan horas en decidir que ropa comprarse y que ropa ponerse. Los que me conocen deben saber que no soy una persona que se vista muy bien, o por lo menos a la moda. Y eso aún lo conservo. No es que esté en contra de la moda, simplemente me pongo lo que me gusta y listo. Pero antes no era tan histérico con la ropa. ¿Me estoy metrosexualizando? ¿Soy yo o somos todos los hombres? ¿Qué pasa? No podía responderme y no puedo hacerlo aún. Lo único que pude llegar a decirle a mi hermana en ese momento, lo único que me salió desde el fondo fue: “los hombres estamos cada vez más raros y las mujeres más independientes”. “Los hombres estamos cada vez más putos y las mujeres no se....más trabajadoras”. No sé que tenia que ver esa comparación entre ropa y responsabilidades, no sé, pero es lo único que supe decir.
gmg

lunes, 7 de junio de 2010

Un viernes "deshombreado"

Hay excepciones, obvio. Toda regla, toda teoría las tiene. También, hay miles de mujeres que, por las mismas causas, obrarán de igual manera: resguardándose en sus casas o en sus lugares de reunión para esta clase de eventos. Pero lo más seguro, la teoría aquí plasmada, es que la noche del viernes 11, en todas las ciudades argentinas, quedará deshabitada de hombres. Y si…tenemos que concentrar. Llega el primer partido de la selección argentina de fútbol en el mundial de la FIFA “Sudáfrica 2010” y hay que estar bien despierto. No se puede ver a media maquina. Nooo, imaginate si por estar cabeceando de repente cerrás los ojos y te perdés el exclusivo reportaje a la esposa del cuñado del padrino de Mascherano que fue, ponele, el primero que le gritó “Masche, pone huevos” y, desde ese día, Javier juega cada partido como si fuera el último. Imposible. Uno no se puede permitir ese tipo de descuido. ¿Cómo voy a estar cabeceando en la previa de la previa del partido? Si, porque el argentino se levanta a las 8 am para ver “la previa de la previa” para, luego, continuar con la previa a las 10 am y finalizar con el gran esperado partido a las 11 am. Y ni hablo del postpartido, con las mejores jugadas, los goles, los goles que no fueron, etc. Insisto, no se lo puede permitir. El argentino tiene que agotar todos los recursos posibles que encuentre para intentar ponerse, hasta el último minuto del campeonato (o hasta donde su selección llegue), en la piel de los jugadores, para poder afirmar que vivió el mundial. Así que esta noche anterior al primer partido queda totalmente eximida de toda salida e, incluso, hasta de relaciones sexuales. Es que aunque Diego les permita esto a los futbolistas seleccionados, el argentino se crío a la vieja escuela y, por ahora, se lo sigue autoprohibiendo. Lo siento novias argentinas, pero ésto sólo sucede ciertos días de un mes y cada cuatro años. No se pueden quejar. Tengan en cuenta que ustedes tienen noches y días privados de salidas y de relaciones. Y, encima, con más frecuencia. Mínimo, una vez por mes. Sino pregúntenle a Arjona cada cuánto se suicida la cigüeña. Está bien, podrán decir que lo suyo es natural, que no pueden evitarlo, pero no por nada se dice que el argentino lleva el fútbol en la sangre, de alguna otra manera, ésto también es natural.
Si…esto de la concentración tiene sus sacrificios. Pero uno se siente reconfortado si el equipo triunfa, porque uno piensa que fue gracias a él. Que su energía y concentración sirvió para que el equipo triunfe. Es por eso que cuesta asumir la derrota, ya que además de estar triste por el resultado, uno se pone a pensar la noche que se perdió en vano. Y es aquí donde de las llamas del olvido surge el ganador. El único gran ganador del fin de semana. La excepción. Claro, porque con todo el carnaval del partido, uno se olvida de ese que salió esa noche y la rompió. Ese que, estratégicamente o no, zarpó la nave en un mar poco transitado de mujeres libres de novios y despechadas por la ausencia de sus parejas. Jactándose de ser, quizás, uno de los únicos hombres en el boliche, gran atribución. Ese es el verdadero ganador y no hay con que darle. Es así.
Yo, en este caso, seré uno más que responda a la regla y me quedaré en mi casa concentrando. Quizás sea una idiotez quedarme en mi casa, teniendo la clave del éxito, la fija de esa noche. Pero bueno, ya es decisión tomada. Igualmente, no se crean que voy a dejar pasar a estos “ganadores” tan fácilmente. No, no. Sino para qué creen que les estoy contando esto. Para que los que lean esto reaccionen y se den cuenta que tienen que salir igual, sin que importe la previa de la previa y la previa. Así, terminan saliendo muchos hombres, la ciudad queda habitada por muchos entes masculinos y estos “únicos” terminan siendo más del montón y pierden ese atributo de triunfadores momentáneos. De esta manera, si Argentina pierde el partido, no me sentiré tan mal por la noche que pasó, ya que sería una más y no una llena de oportunidades, de mujeres solas que buscan disfrutar de su noche de chicas. Es un escudo para, en el caso de perder contra Nigeria, sentirme menos perdedor.
gmg

jueves, 3 de junio de 2010

La perra de mi perra


Milanesas de pollo. No eran de carne (sus favoritas), pero eran milanesas al fin y al cabo. Digamos que eran su segunda opción. Yo las comía, mientras miraba los vomitivos dotes actorales de Sebastián Estevanez, esperando que empiece “Two and a half men” (horriblemente doblado en Telefe). De pronto, lo mismo de todos los días, de todas las cenas y almuerzos: su cara, su canoso hocico posado sobre mi pierna izquierda y sus ojos mirándome, como el gatito con botas de “Shrek”. Yo la miré como diciendo “¿en serio pensás que te voy a dar un pedazo?”. Ella seguía en la misma posición, tratando de generar la mayor pena posible. Con el mismo vacío en su mirada. Y si…esta vez fue diferente a otros días: me había convencido. Sentí un viento de humanidad enorme y le dí una gran parte de la última milanesa que quedaba en el plato.

Al rato, ya en el sillón mirando “Dos hombres y medio”, escucho los pequeños pasos de Maggie que se acercaba. Se para frente a mi y me mira, pero no directamente. Comienzo a acariciarla suavemente, pasando mis manos, cada tanto, por unas zonas (como las costillas) donde, por alguna razón, se le genera una especie de reflejo que hace que empiece a mover una de sus patas traseras rápidamente. Sigo acariciándola, hasta que, en un movimiento, alejo el brazo de su cuerpo y ella aprovecha a irse, como cansada de cariño, haciendo algunos pasos hasta llegar a la ventana. Desde allí se pone a observarme de reojo, acostada en el piso. Me quedo mirándola, por un tiempo, hasta que vuelvo la vista a la tele. Al instante, ella se para y vuelve a mi lado nuevamente. Con una mirada perdida en la pared, pero acercando la cabeza para ser acariciada. Accedí a su pedido, un poco confundido, y veo que después de un tiempo decide continuar con el juego. Mientras la acariciaba, ella corría y volvía su cabeza como diciendo “ahora quiero, ahora no quiero. Ahora quiero, ahora no quiero”. Se alejó dos pasos y luego volvió para que siga con ese gesto de cariño. Y ahí fue cuando me dí cuenta. ¡No lo podía creer! De repente me había convertido en su touch and go. En su sextoy sin sex. En su chongo de caricias.

¡Noooo, conmigo no! Ya conozco bastantes histéricas en esta vida. No estoy para que mi propia perra también venga a histeriquearme.

Entonces, decidido, corté por lo sano. Me levanté del sillón, fui a lavarme las manos, me senté frente a la computadora y la esquive todo el resto del día. Ella venía, cada tanto, a mi lado, con la intención de seguir con el juego, pero le fui indiferente. “Lo siento Maggie, pero no es mi deseo ser un dominado y mucho menos ser un dominado tuyo".

A partir de ese día revertí la situación. Yo seguía controlando el juego y, al parecer, así somos todos más felices.

Todo volvió a la normalidad, pero nunca voy a olvidar el día en que, siquiera por un instante, me convertí en su juguete. O como dirían en el doblaje de alguna película: “fui su perra”. Fui la perra de mi perra.

gmg