Te decidiste. Te decidiste y estás seguro de hacerlo. Claro, es que pensás que esta situación no da para más, que es inmanejable. Gastás miles y miles de minutos tratando de arreglarlo, de maniobrarlo, pero es incontrolable. Ya algunos de tus amigos te lo advertían, tu misma familia te decía “mira, fijate…así no podés seguir”. Y vos quizás no les das bola porque crees que todavía hay chance, que todavía hay una posibilidad de arreglarlo por tu cuenta, sin recurrir a una ayuda profesional. Va…lo que pasa, en realidad, es que más que esperanza de poder seguir así, lo que tenés es miedo de lo que viene después de esa gran decisión. Más que de sueños de esperanza, tu cabeza se llena de dudas y de inseguridades que también son difíciles de controlar. Pero, a pesar de todo, después de un tiempo, evaluás y te decidís. Decidís y, a partir de ahí, comenzás a proyectar: te informás de todos los profesionales de tu zona que pueden ayudarte, los analizás para ver si hay alguno que pueda ayudarte mejor que otro y ahí ves que hacés, si cambiás y vas con uno que conoces por comentarios o si vas con uno que ya te ayudó anteriormente. Después, dependiendo del profesional, programás una cita o caes de sopetón y esperás hasta que pueda atenderte…y que sea lo que dios quiera.
Llega el día del gran acto y, desde que te levantás, empezás a carcomerte la cabeza con pensamientos negativos y con esas dudas que no te dejan vivir. Todo el tiempo pensando en el después, en lo que vendrá. Y ahí quizás comenzás a arrepentirte, pero ya es tarde, no te podés echar atrás, ya está, pensá que de ésta nadie salva y que algún día tenía que ocurrir. Pero no, no podés parar de pensar en lo que viene, en lo que pensarán los demás después de que lo hagas. No podés parar de pensar, incluso hasta que llega la hora. Hasta que llega ese momento en el que comenzás a avanzar hacia el final, hacia el cambio, insisto, hacia la brecha que divide el antes y el después.
¿Qué te hará? ¿Cómo lo hará? Te maquinás con una sarta de preguntas que sólo te ponen más nervioso y que te hacen olvidar que más que preguntas, vos tenés que elaborar respuestas para proponérselas y que el que te atienda pueda llevar a cabo tus órdenes. Pero es tarde, cuando te acordás de esto ya estás en la puerta del lugar. En la puerta, apunto de saludar a tu asesino a sueldo. Entrás y lo saludás con una sonrisa nerviosa, mientras pensás “¿qué hago acá? Mejor me voy”, pero te quedás. Te sentás y empezás a mirar para todos lados, admirando con terror el paisaje de tortura, lleno de armas blancas y de gritos chusmas que no paran de perturbarte. “Estás jugado”, te llegó la hora.
Nervios, nervios, nervios y más nervios. Te seguís maquinando mientras los pedazos caen al vacío. Pobre…quizás vos no lo querías hacer sufrir tanto, pero él te obligó. Te gano la impotencia. Vos ya no podías hacer nada, necesitabas que alguien actúe y tomaste esa decisión. Así es, fue tu decisión y tenés que empezar a hacerte cargo de ella, a asumirla. Ya te condenaste a esperar la condena. A esperar ese después lleno de miradas frías, de miradas críticas que sólo encienden tu dolor. Ya está, comenzó el después. Te cortaste el pelo y le tenés miedo al que dirán. Pero que se le va a hacer…de la muerte, de los cuernos y del corte de pelo nadie se salva.
gmg
