Les debe estar picando mucho las orejas a las madres, hermanas, tías o abuelas de los trabajadores de TBA, puteados por miles y miles de pasajeros. Está bien, sabemos que ellos no tienen la culpa. Pero son la cara visible de esta parva de fantasmas que se digna en seguir brindando un servicio cada día más deficiente, sustentado por la resignación de la gente que se acomoda al “es lo que hay”. Y hoy, esa resignación goleó e hizo estallar mi rutina.
El tren se paró en Liniers por no se qué “bla bla bla” en Caballito. Permanecí medio tolerante en el vagón, hasta que “la voz de la estación”, siempre gangosa, avisó la cancelación del servicio a Once, acotándolo entre Moreno – Liniers. Llamé a “ayuda al turista” (mamá) y me aconsejó que vaya hasta Rivadavia a tomar el 86, para luego bajarme en Carabobo, tomarme el subte y llegar a destino. Consejo que seguí.
Se hicieron las 8:30 am y el “reír por no llorar” ya se estaba convirtiendo en un estallido que no iba a terminar en buen puerto. Seguí aguantando un poco más, sin escuchar a mis pies que pedían cambio, hasta que un detonante casi inesperado me hizo tomar la decisión de partir. Un hombre que iba haciendo windsurf agarrado de la puerta del “1” e impulsado por el viento y la velocidad de dicho colectivo, cayó sobre la calle delante de cientos de miradas perplejas que, rápidamente, se apagaron.
Ma siiii!!! ¡Prefiero vivir!
Me di media vuelta y volví puteando a la estación, esperando llegar rápido a casa.
Y así es como cada día seguimos en un círculo de resignación y estrés al cual no le encuentro solución. Sometidos a ser los “Toti Pasman del transporte”, los que “la seguimos chupando” y los que, por más que nos pese, “tenemos adentro” la de todos esos fantasmas que viven de nuestras necesidades y nos hacen esclavos de sus juegos lucrativos.
gmg
PD: Al parecer, al hombre que cayó del colectivo no le pasó nada. Se estaba levantando normalmente.
